10.2.10



Allí donde solo queda un ligero aire de poniente,
queda tu silla anclada en el barro. Bajo los pies.
Mi pecho empujando sin fuerza el respaldo,
impulsando tu caída, breve y dilatada.
Como mis pupilas cuando intentan mirar
desde aquí aquel lejano arenal.


Sin poder retenerte en la orilla,
no dejas de ser agua en las olas
que vienen y después se van.

Porqué allí, donde apenas queda nada
Tu siempre te vuelves a quedar.