Revolviendo la noche entre espesas tonalidades de infinita luz.
Se aspiran los aires de sal, se encharcan de engañosa paz.
Luna llena. Como el cuchillo de doble filo me calma y me tensa.
Como el candil de este verano, que viene y va dejando el rastro en la punta de la lengua. Sin sabor.
Hay un abismo puntiagudo entre lo que soy y lo que quiero ser. Y mis ansias intrépidas me hacen saltar sin mirar atrás. Pero no llego. Porque no se puede dar un salto en el vacío sin hacer el camino primero. Me toca rodear. Bajar. Sortear. Escalar. Llegar o volver marcha atrás a lo que fui, que observándolo ahora tampoco estaba nada mal;
Pero me enseñaron a no deshacer el paso y de nuevo me digo: “No mires atrás”, y cojo fuerza para saltar, y carrerilla, y miro arriba y la veo ahí tan llena de luz, tan apunto de hablar, y creo en mí y en mi realidad y sin pensarlo dos veces hago de mi presente el salto. Y salto. Y me elevo más alto. Y ante mí se crea de nuevo el camino a otro desértico borde de un precipicio. Y me vuelvo a encontrar con un logro más, con un paso más y con otro milagro.
Y de nuevo sola, y también indecisa, emprendo el paso sin saber a donde me llevará.
Con su arma de doble filo tan lleno de luz y de oscuridad.